Coordinador.

Coordinador.
"Acomodaba mi horario al de ella, un universo de mi proceder, un nuevo día a la espera de ella, a veces me detenía otra ella, en el pasillo me deslumbraba, su risa me hipnotizaba",

sábado, 1 de diciembre de 2012

A parfum by Eunice Shade: La escritora rebelde

A parfum by Eunice Shade: La escritora rebelde

Por Edwin Yllescas Salinas

«Sos linda y todo, pero tu forma de ser es lo que te pierde». Lo que te mata. Lo tenías todo y aún lo tenés, pero cuídate ese carácter, la boquita premiada. En mayo

 del 62, Julio Cortázar (el polifémico) introdujo en la literatura de habla castellana unos divertidos, maltrechos y perversos personajes. Se llamaban Cronopios y Fama. Sin embargo, el Pibe de Banfield ignoraba que sus Cronopios o sus Famas, renacerían en Mesoamérica. Faltaban entonces 18 años para llegar a Guadalajara, 1980; y otros 18 años para que Eunice Alejandra López Sánchez, la gemela, la otra, la misma Eunice Shade, [Lewiscarrolingia, Lawrensterniana, Jeanduchesa y Willcupyana] se transformara en una escritora tenazmente aferrada a un alto nivel de exigencia, vocación literaria y baldes de sudor. ¡Claro, nació invocada por la Estrella del Sur, en la Casa de Virgo con ascendente de Libra! Ni dudas, la muchacha traía su propia interpretación de los colores, los sueños e incluso su personal grafología.

No se debe pasar inadvertido que entre su nacimiento y su advenimiento escritural corren dos períodos de 18 años, otra forma de los cuatro rostros de 3,14159265358979323846... El colmo, la gnómica está en la base de los números irracionales. Pero esta muchacha también fue presentida por Umberto Eco y la Opera perta, (¡valga la madre!) publicada en 1962 y uno de los mejores y desastrosos laboratorios juveniles para cruzar estética con física cuántica, y termodinámica con estructuralismo...

Si se sigue indagando el asunto, Eunice también es hija de Roland Barthes y La muerte del autor. Esos podrían ser los faros galáxicos para una inmersión en la Espesura del deseo (2012) y El texto perdido (2007). No es mi estilo, no lo haré. Esas cosas serias y hasta tremebundas y oliscas queden para doctores, expertos y similares. Tampoco me meteré con su clasificación de las categorías o razones.

No sé cómo manejarlas. Ni siquiera sabría qué hacer con la “razón intuitiva” que parece la más chiche. Apenas recuerdo, pescado en Michel Tournier: “Aristóteles distinguía diez. Leibniz contaba seis. Kant admitía doce”. De allí en adelante sólo Serrano Caldera y Freddy Quesada saben la verdad.

Sin embargo se abre una reflexión: qué le interesa al joven escritor: el vino viejo, o el odre nuevo. No tengo respuesta, no la genera la pregunta, pero ésta no radica en ninguno de los términos de la ecuación ni siquiera en ambos. El verdadero escritor inventa (por la lectura) su propia ecuación, su forma de plantearla y despejarla, cuando, naturalmente, no se trata de catatónicos, ni de chicos y chicas impresionables por las marquesinas editoriales, o eso que el gordo Bloom llama: la escuela del resentimiento.

En los últimos años de muchos dedicados a la lectura, no había gozado, no me había gozado tanto en la lectura de un libro como me sucedió con Espesura del deseo. Tuve, es normal, algún temor al comenzarla. La portada, Labios azules (de Patricia Belli) me llevaban vía subconsciente al mar de vaginetas del ya difunto Henry Miller y otros/otras que todavía andan por ahí. ¡Nada que ver!!! El libro me cautivó, se convirtió en mi predilecto número uno por muchas razones muy propias de la demencia. Su lenguaje desenfadado, suelto, hirsuto, despeinado, sin boina azul París, su enemistad mortal con el rinse, el pleito de perro con las tenazas y planchetas del alisado, su entera falta de maquillaje y tintes Clairol; sus zapatos bajos y sin lustre; ese libro que hace lo contrario de las academias de la lengua, comenzó a saltar en mis ojos y mis neuronas.

Su desenvoltura está llena de referencias multiculturalitas endemoniadamente cruzadas, de citas inexactas a propósito; se teje con la cita apócrifa y la verdadera. El librito hasta podría ser inocente, pero de ingenuo nada tiene. No le falta nada, ni siquiera la mala leche, a borbollones. Ni ellas ni ellos están a salvo. Este libro con nombre lezámico, o buñuélico, no es lo que se llama bala sólida, más bien corresponde a la categoría de munición expansiva. Su target favorito es la razón, los racionalistas y todo sistema que pretenda hacerse con la verdad racional. Frente a una filosofía Occidental hecha por hombres, para hombres, aunque enseñada por mujeres, la pregunta del gnomo sentado en la piedra de Lorelei es básica, lo resuelve todo de un solo tajo: «qué tiene Kant que no tenga yo». Me imagino que muchos filósofos preferirán no haber leído este libro. Su disputa, sus mores filosóficos sólo tienen dos salidas: el manicomio o el manicomio, no por la verdad, sino por la poesía. Tampoco ella pretende otra puerta. Su oficio es la escritura.

Antes que se acaben las líneas de esta nota debo decir que toda la supuesta rebeldía, estridencia y escándalo de la Vanguardia 1930 (todos iban a misa y al Santísimo) y la Generación de los 60 (no salían de las tabernas y serrallos) es puro mito, creencias alentadas. La vitriólica rebeldía distintiva del joven escritor sólo la he visto, durante los últimos setenta años, en muchachas como Eunice Shade. Eunice ha evolucionado hasta convertirse en el ícono de su tiempo; su prosa y su poesía son la intención aviesa de dinamitar todo lo que hoy se conoce en Occidente como prosa y verso.

Rebelde por excelencia, hasta conversar con ella puede resultar imprudente, pero estimulante. Sólo Zoroastro, Buda y el bocatero Cicerón hablan “Urbi et Orbi” con su autoridad papal, sino no fuera más. Por eso me llama la atención su pipeo con Cayo Julio César, genocida de la Galia y todo el Imperio. Afortunadamente, Espesura del deseo no será leído en Francia, ni los parientes de Vercingétorix (humillado, torturado y decapitado en las calles de la Suburra) sabrán de la autora. Pero entre tantos camafeos bordados por sus perlitas tronantes y expresivas (me gustaría presentar un tapiz), esta mirada distorsionada de César es mi favorita. Quizás por su final: «una vez cruzado El Rubicón, “¡Che, esto no es para leerlo, sino para verlo!” César me dijo: ¿Cómo se llama eso azulado azabache que te cubre? Y ella le dijo: hilo dental, querido.»

No hay comentarios:

Publicar un comentario