En el borde
de la tristeza viaja
el
hombre del sombrero curtido,
deja
la amargura en su laboriosidad,
con
el rostro compungido observa sus manos,
elevando
al cielo la mirada ve su paga,
enterrando
sus ojos al suelo busca una repuesta,
le
llueven en su mente muchas tentaciones,
exhala
fuerte una bocanada de aire y da la vuelta,
pesadumbre
lleva aliñada la carga de sus pies,
rasca
su cabeza donde el ardor no es en su cuero,
sus
pasos las flores de su camino le ven,
y
en silencio le animan levantando sus pétalos,
siente
el aroma de ellas y aun cabizbajo
no
entierra la estrella de su porvenir,
girando
su mente busca distintos senderos,
aquellos
que le disipen las dolencias del alma,
en
el borde de lo incomprensible viaja,
el hombre
que curtido y tostado está por el sol,
en
oscuro la jornada así mismo su término,
al
salir de su hogar sus chamacos quedan dormidos,
al
regreso los encuentra también dormidos,
es
larga la batalla y no existen los fines de semana,
para
el descanso no, ellos se ocupan al jornal,
no
es alegre la lluvia en su choza, es triste en sus bordes,
un
tiempo de alimentos es el único menú en el día,
zozobra
le atrapa cuando su tropa de chavalos
se
alistan al colegio y, no hay con qué de los cuadernos,
el
hombre de curtido rostro que hiere la tierra,
para
sembrar las urbes cosmopolitas,
vacías
en cayos lleva a su morada sus manos,
la
tristeza como un mázate no lo abandona,
lleva
la cruz de las oportunidades,
el
calvario a cuesta, ya que la señora
oportunidad
nunca se le aparece,
y
va consumando su tiempo en el desgaste
de
su piel de noche a noche hasta caducar.
Abraham
Guevara
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